EL CONCEPTO DE
LIBERTAD.
IV PERIODO
Con carácter general, el concepto de libertad
- especialmente a nivel personal - presupone la disposición de una posibilidad
de elegir. Esa posibilidad de elegir presupone a su vez la de disponer de
elementos de juicio que conduzcan a la elección; lo que requiere la posesión
del conocimiento de los componentes de esos elementos de juicio, y de la
inteligencia adecuada para valorarlos debidamente y discernir acerca de la
conveniencia de la elección.
Al
mismo tiempo, la libertad no es absoluta. El hombre no dispone de una
posibilidad absoluta de elegir: no es posible elegir en contra de lo que
disponen las leyes de la Naturaleza; ni es admisible ejercer una supuesta
libertad en perjuicio de otros. Por lo tanto, la idea de libertad lleva
implícito el concepto de sus límites. Su ejercicio requiere la posesión del
conocimiento por una parte, y de la inteligencia por otra; que habilitan para
determinar el ámbito de la libertad en el marco de los límites de índole
material y moral que la circunscriben.
La libertad en la
filosofía de Grecia clásica.
En
términos filosóficos, la cuestión de la libertad encierra primeramente la de
determinar si el hombre posee una libertad, y también la de definir en qué
puede ella consistir. Los griegos, en función del régimen imperante en su
época, contrapusieron el concepto del hombre libre al de esclavo. Distinguían
por una parte la condición de libre en el sentido político como aquella del que
ingresaba en la polis como ciudadano libre; así como por otro lado la que
podría traducirse por “liberalidad” o condición espiritual por la cual la
capacidad de creación se encontraba plenamente activa.
En
tal sentido, el hombre libre era el que no estaba sometido; de manera que
poseía por un lado la plena capacidad de decidir que comprendía una
autodeterminación respecto de sí mismo pero también en los asuntos de la
comunidad, lo que a su turno implicaba un concepto de responsabilidad hacia la
comunidad en cuanto a ese ejercicio de su libertad. Por tanto, en este concepto,
el hecho de ser libre significaba asimismo asumir obligaciones.
Existen
tres órdenes en que es aplicable la idea de libertad.
La libertad frente a
la Naturaleza.
Se entiende como la posibilidad de eludir el encontrarse sometido a un orden
cósmico predeterminado e invariable; ya sea que éste sea considerado como
emergente de un Destino (el Hados) que condiciona el desenvolvimiento de la
vida y las acciones del individuo, o como producto de una Naturaleza en la que
por efecto de sus leyes inexorables todos los acontecimientos están
directamente impuestos por una relación de causalidad.
En
la concepción griega antigua, solamente eran libres frente al Destino aquellos
que no habían sido “elegidos” por él para realizarlo. De tal manera, aquellos
que podían eludir a su Destino eran libres, pero en el sentido de que carecían
de importancia; mientras que los elegidos por el Destino, si bien no eran
libres en el sentido de poder hacer lo que quisieran, en cambio sí lo eran en
un sentido superior, en cuanto se considerara la libertad como la capacidad de
realizar sin ningún género de impedimentos aquello que era necesario realizar,
por acto de su voluntad.
Considerado
el orden cósmico como equivalente al orden natural, la cuestión de la libertad
consiste en establecer en qué grado el hombre - sobre todo cuando exista un
deber para ello - puede sustraerse a la causalidad que interrelaciona los
acontecimientos naturales. En este sentido, los antiguos griegos consideraron
el punto a partir del concepto de que el alma, si bien integrante de la
realidad de la Naturaleza, disponía de una condición distinta a la de los
cuerpos y por tanto era susceptible de una libertad de movimientos.
También
consideraron que en el campo de la realidad, la libertad era una condición propia
del orden de la razón, de modo que el hombre es libre en cuanto es un ser
racional y se disponga a actuar como tal. De tal modo, si bien todos los
hombres tienen la capacidad de ser racionales y de actuar racionalmente, siendo
así libres; la libertad es una condición especialmente propia de los sabios -
los “filósofos” - puesto que son ellos los que disponen del medio adecuado para
actuar racionalmente.
La libertad frente a
la comunidad humana.
Esta forma de libertad - que puede calificarse como “política” o “social” -
consiste fundamentalmente en la autonomía, o la independencia que permite al
individuo regir su propio destino dentro de la comunidad; así como a las
propias comunidades sin tener imposiciones o impedimento por parte de otras
comunidades. Respecto de la libertad política del individuo, ella no consiste
sin embargo en la capacidad de eludir las leyes de la polis; pero sí en elegir
sus propias conductas dentro de las que no las infringen.
La libertad personal. Esta forma de
libertad se manifiesta como la disposición de la autonomía del individuo frente
a las presiones o imposiciones originadas en la comunidad que integra. En el
concepto griego, si bien el individuo se debía a su polis, se reconocía su
derecho al ocio; su derecho a distraerse al menos temporalmente de sus
obligaciones cívicas para dedicarse a cultivar su propia personalidad
individual.
En
la evolución del pensamiento filosófico de la Grecia clásica, se advierte la
tendencia a identificar el concepto de libertad, cada vez más, con el último de
los significados; esto es, el de la libertad como una condición personal. Especialmente
a partir de los estoicos, la libertad fue fundamentalmente considerada como la
capacidad de “disponer de sí mismo”; en tanto que todo lo exterior al
individuo, ya se trate tanto de las instituciones e imposiciones de la sociedad
como las propias pasiones o “necesidades”, es considerado como un equivalente a
la opresión. El hombre aumenta su libertad en la medida en que logra prescindir
de aquello exterior a sí mismo; de modo que atienda en la forma más exclusiva a
aquello que “está en nosotros”, como expresaba Séneca. La libertad, en esta
concepción, consiste en una capacidad de ser uno mismo.
Los
neoplatónicos consideraron que la libertad consistía principalmente en la
contemplación; en una ausencia de acción, a la cual se restaba importancia.
Para
otros pensadores, la libertad equivalía a tener el conocimiento de lo
inexorable, del Hados; comprensión del Destino que permite al Sabio aceptar ese
orden cósmico, y en consecuencia actuar no por efecto de una coacción sino por
su voluntad consecuente con ese conocimiento de su Destino.
Tanto
para Platón como para Aristóteles, la concepción de la libertad estaba
estrechamente ligada a la idea de la autonomía, es decir, la capacidad de
decidir por sí mismo.
Pero,
especialmente para Aristóteles, la cuestión de la libertad queda directamente
referida al respeto, no solamente del orden natural, sino también del orden
moral. Para el Estagirita, todos los procesos de la Naturaleza operan en
función de una finalidad que les es propia, tienden a sus propios fines. Pero
en el hombre, si bien sus acciones siempre tienden a un mismo fin - consistente
en la búsqueda de la felicidad - ellas están caracterizadas por un poder de
ejercicio de la voluntad.
En
el hombre, las acciones sólo son morales cuando están gobernadas por la
voluntad frente a una posibilidad de haber elegido - el “libre albedrío”; pero
esa posibilidad sólo puede existir cuando el hombre no está sujeto a la
coacción de la ignorancia. Aristóteles consideró que el ejercicio de la
libertad es esencialmente una obra de la razón; así como que toda vez que el
hombre llega a conocer el bien solamente puede actuar de acuerdo con él. La
actuación del hombre es libre, cuando su finalidad racional conduce a la
realización del bien.
El concepto aristotélico de la búsqueda de la
felicidad fue incluido entre los principios esenciales de la concepción liberal
del Estado, por los “padres” de la Constitución de los Estados Unidos;
entendido en el sentido propiamente griego.
Ese
concepto tiene un sentido mucho más adecuado en su expresión en inglés, ya que
la palabra happiness no significa solamente una “felicidad” en sentido
subjetivo; sino un estado espiritual resultante de lograr una plena realización
personal, como resultado del propio esfuerzo al desenvolverse en un ambiente
que permita el completo desarrollo de todas las potencialidades individuales,
en todos los órdenes de la vida, como solamente es posible en un sistema
político donde exista una verdadera libertad individual que lo habilite.
Libertad y
Cristianismo.
Naturalmente,
el desarrollo del cristianismo llevó a que la cuestión de la libertad se
planteara, en el plano filosófico, en función de las afirmaciones del dogma;
especialmente en cuanto parecía surgir una contradicción entre el concepto de
libertad del hombre y la condición de Dios como poseedor de todo el saber y de
todo el poder, de lo cual resultaba la idea de la predestinación divina.
El
concepto religioso del pecado, la admisión de la existencia del mal, implicaba
necesariamente suscitarse a nivel filosófico la cuestión de si, para hacerse
merecedor del castigo, el hombre al pecar ejercía una forma de libertad; si es
concebible que el hombre disponga de la libertad para elegir optando por el
mal.
Frente
a estos planteamientos, los grandes pensadores cristianos de la antigüedad -
sobre todo Agustín de Hipona y Tomás de Aquino - acudieron a los conceptos del
libre albedrío y de la gracia.
Para San Agustín, debe distinguirse entre el
libre albedrío consistente en la existencia de una posibilidad de elección, y
la libertad, que consiste en la efectiva realización del bien con un objetivo
de alcanzar la beatitud. Se percibe claramente la afinidad con las ideas antes
expuestas por Aristóteles.
Siendo
el libre albedrío una mera posibilidad de elección, está admitido que la acción
voluntaria del hombre pueda inclinarse hacia el pecado; cuanto se actúa sin la
ayuda de Dios. La cuestión de la libertad, entonces, consiste en determinar de
qué modo puede el hombre usar su libre albedrío para realmente ser libre, es
decir, para escoger el bien.
Naturalmente,
ello conduce directamente a la cuestión relativa al modo en que puede
conciliarse la posibilidad de elección constituida por el libre albedrío, con
la predeterminación divina. San Agustín, en definitiva, se refiere a esta
cuestión como “el misterio de la libertad”; y considera que si bien Dios tiene
el conocimiento previo (“presciencia”) de qué elegirá el hombre, ello no
determina que de todos modos sea el hombre el que elige, con lo que sus actos
no son involuntarios.
La Gracia se presenta como un don, un algo que
se tiene o no se tiene, y que se recibe como una concesión y no se obtiene como
retribución de un mérito. Es un concepto especialmente perteneciente a la
filosofía religiosa, tanto del cristianismo como del judaísmo y del islamismo. Los
teólogos cristianos distinguen una gracia santificante de una gracia carismática.
Por la primera, según Santo Tomás, el hombre se une a Dios, santificándose.
La Gracia carismática es un don de Dios, que
lleva a los cristianos a perseverar en su Fé y a los infieles a creer en Él,
haciendo que “el hombre plazca a Dios”. También designada como gracia actual,
corresponde a las criaturas por el mero hecho de su existencia, y es la luz
intelectual y determinación de voluntad que conduce al hombre a vivir conforme
con Dios. Pero la Gracia por sí sola no produce efecto, sino que requiere el
consentimiento y la cooperación de quien la recibe. Según San Agustín, la
gracia es lo que posibilita la libertad, al otorgar al hombre la voluntad de
querer el bien y realizarlo.
San
Agustín consideraba que el liberum arbitrium era “la facultad de la razón y de
la voluntad por medio de la cual es elegido el bien, mediante el auxilio de la
gracia; y el mal por la ausencia de ella”.
Santo Tomás - cuya obra principal es la Summa
Theologica - consideró que el hombre goza del libre albedrío como capacidad de
elección, como “un poder listo para obrar”; y asimismo posee la voluntad, que
necesariamente se presupone no sujeta a ninguna coacción, ni siquiera de la
presciencia divina. Pero si bien estar libre de coacción es una condición de la
existencia de la voluntad, no es suficiente; sino que junto a ello debe estar
presente el intelecto - la inteligencia y la razón - como instrumento para el
conocimiento del bien, a fin de que éste pueda constituirse en objeto de la
voluntad. En consecuencia, el libre albedrío es un poder cognoscitivo. También
es perceptible la clara influencia del pensamiento aristotélico.
No
hay libertad del hombre sin posibilidad de elección, su libre albedrío; pero de
todos modos el ejercicio de la libertad no consiste meramente en el hecho de
elegir, sino que consiste en elegir lo trascendente. El hombre, enfrentado a la
instancia de elegir, puede caer en el error; sobre todo, si elige
exclusivamente por sí mismo, sin auxiliarse con Dios.
Para Santo Tomás, por tanto, el hombre dispone
de una completa libertad de elección, ya que - afirma - “por su libre albedrío
el hombre se mueve a sí mismo a obrar”; pero ello no significa que exista la
“libertad de indiferencia” a que alude la conocida “paradoja del asno de
Buridán”.
La
paradoja del asno.
La paradoja del asno, atribuída a Juan
Buridán, fue formulada para demostrar la dificultad de la cuestión del libre
albedrío, cuando conduce a la situación de la libertad de indiferencia. Un
asno, que encontrara dos montones de heno exactamente iguales, ubicados en
distintas direcciones pero a la misma distancia, no podría elegir por uno de
ellos, y moriría de hambre. La conclusión sería que, predominando en el asno la
preferencia por no morir de hambre, terminaría eligiendo cualquiera de los
montones de hecho; con lo cual se evidencia que la elección no está
necesariamente fundada en motivos razonables. La paradoja pone en cuestión los
conceptos de libertad, elección, razón, preferencia y voluntad.
En
realidad, el ejemplo es muy anterior a Buridán. Ya Aristóteles había examinado
el problema de las motivaciones equivalentes.
La idea de la “libertad de equilibrio” o
libertad de elección indiferente, parte del concepto de que, si el libre
albedrío es meramente la posibilidad de elegir, es un elemento solamente
negativo; se trata solamente de la posibilidad de elegir o de no elegir, pero
no proporciona los fundamentos para realizar un elección efectivamente acertada
y definitiva. Al no disponerse de un criterio que permita explicar la razón
para optar por una elección, resulta imposible ejercer ninguna acción
verdaderamente libre.
La
idea de la libertad indiferente ha sido fuertemente cuestionada, sobre todo por
filósofos modernos como Descartes, Spinoza y Leibniz, que rechazaron la idea
meramente negativa de la libertad.
Libertad y
determinismo.
En los Siglos XVI y XVII el tema de la
libertad giró especialmente en torno a la discusión de la compatibilidad o
incompatibilidad de la libertad del hombre con la presciencia divina.
Luego
de examinarse ampliamente las cuestiones de si Dios mueve o no la voluntad del
hombre de un modo completo o si simplemente colabora con él en el ejercicio de
su libre albedrío; desde el Siglo XVI, a partir del desarrollo creciente de la
ciencia y consecuentemente de la creciente comprensión de las Leyes de la
Naturaleza, el problema central pasó a ser el de si el concepto de libertad
puede subsistir frente a la idea del determinismo. El centro del problema de la
libertad, se desplazó así del campo teológico al campo de la filosofía no
religiosa.
La
realidad pasó a tener un componente muy perceptible con el desarrollo de la
ciencia y su principio de causalidad. El concepto de la existencia de los
fenómenos de producción “necesaria”, suscitó con nuevos bríos el problema de
Libertad versus Naturaleza.
Más modernamente, pensadores como Spinoza y
Leibniz y también Hegel, consideraron que la libertad consiste esencialmente en
obrar en conformidad con la naturaleza, que se encuentra en armonía con la
realidad. Con variable intensidad, los filósofos de este período intentaron
conciliar la idea de libertad con el determinismo, tendiendo a considerar el
libre albedrío como conducente a elegir en conformidad con la naturaleza.
El
determinismo, en general, consiste en la afirmación de que en el mundo de la
realidad lo que ha existido, existe o existirá, como lo que ha ocurrido, o
ocurre y ocurrirá, está absolutamente prefijado. Las doctrinas deterministas
son resultantes de la concepción mecanicista del Universo. Se trata de una
doctrina que no es susceptible de prueba de tipo “científico”, en cuanto
obviamente sólo podría probarse conociendo el futuro de antemano. Por lo tanto,
funciona en condición de hipótesis; ya sea considerada como una hipótesis de
índole metafísica o de índole científica.
Emmanuel Kant, abordó el problema de la
libertad y el determinismo desde el punto de vista de considerar que la
“necesariedad” existente en la Naturaleza no impide la libertad; y considerar
la posibilidad de su coexistencia. Afirmó Kant que el determinismo existe en relación
con el mundo de los fenómenos pero que la libertad existe en el noúmeno.
Noumenón
es un término griego antiguo, cuya traducción más aproximada sería la que lo
refiere a “las cosas que son pensadas”.
Fue
Platón el que más claramente distinguió el mundo inteligible, o mundo de lo
racional, del mundo sensible o mundo de los fenómenos materiales; afirmando que
la única realidad metafísica, el único mundo cognoscible o susceptible de
conocimiento real en vez de objeto de mera “opinión”, es el mundo nouménico.
Kant
analizó en su “Crítica de la Razón Pura” el concepto de las apariencias como
los objetos pensados que corresponden al mundo de las categorías, designados
fenómenos; en tanto que los objetos pertenecientes meramente al entendimiento,
accesibles mediante la intuición no sensible, son designados noúmenos. Para
Kant, en el reino de la Naturaleza, que es el reino de los fenómenos, rige un
completo determinismo; pero la libertad existe en el reino de los noúmenos,
reino de lo moral, de tal modo que la libertad es un postulado moral.
El
hombre es libre, no porque pueda apartarse de las leyes que rigen el mundo de
lo natural, sino porque él no es enteramente una mera realidad natural. En sus
relaciones empíricas, el hombre debe someterse a las leyes de la Naturaleza;
pero como ser inteligente, en sus relaciones inteligibles, el mismo individuo
que debe someterse a aquellas leyes, es libre. La libertad, por lo tanto, es
esencialmente un concepto propio del individuo, y se ejerce por el individuo.
Hegel considera que la libertad es,
fundamentalmente, la libertad de la Idea; pero no consiste en el libre albedrío
que constituye apenas un momento en el desenvolvimiento de la Idea rumbo a su
propia libertad. La libertad, en sentido metafísico, es la autodeterminación,
que no se asimila al azar, sino que es resultante de la determinación racional
del propio ser.
El
pensamiento de Hegel conduce la cuestión de la libertad hasta el terreno de la
Historia. En el Siglo XIX, el debate filosófico en torno a la cuestión de la
libertad se deriva hacia el tema de si el hombre puede ser libre tanto de los
fenómenos de la Naturaleza, como de aquellos de la sociedad.
Surgió
una corriente materialista, para la cual el determinismo tiene una vigencia
universal; y otra corriente liberal, conforme a la cual no solamente la
libertad es posible, sino que es el elemento esencial del hombre, tanto en el
orden moral o psicológico como religioso o moral, y asimismo en la sociedad.
John Stuart Mill aparece como expositor del
tema de la libertad desde el punto de vista empírico, no como una cuestión de
especulación teórica o filosófica, sino como una cuestión de hecho. Henri
Bergson sostuvo que el “yo” (o la conciencia) es libre, precisamente porque no
se rige por las leyes de la mecánica, mediante las que se regulan las
relaciones de los fenómenos naturales.
La corriente materialista extremó el concepto
del determinismo, llegando a afirmar que no solamente los fenómenos naturales
están sometidos a un determinismo universal, sino también las circunstancias de
la Historia.
Carlos
Marx sostuvo el determinismo histórico, conforme al cual la Historia está
sujeta a un proceso, si bien no de carácter mecánico sí de carácter dialéctico
- siguiendo las ideas de Hegel - de tal manera que en su doctrina tanto
filosófica como política, resultaba inútil tratar de oponerse a “la Marcha de
la Historia”.
Marx
y Engels unieron a la concepción del determinismo de la Historia la confección
de una ideología de carácter utópico y voluntarista, equivalente a la creada
por Platón, que a su criterio constituía el objetivo hacia el que avanzaría esa
Marcha de la Historia: el socialismo.
El desarrollo lógico de la concepción
determinista de Marx, condujo a la concepción política del Estado totalitario;
y consecuentemente al sometimiento a la voluntad colectiva de toda autonomía
individual en todos los ámbitos de la vida.
El
surgimiento histórico del Estado totalitario - inicialmente en la U.R.S.S., y
luego en la Italia fascista, en la Alemania nazi y en otras naciones - fue
consecuencia de la concepción de la filosofía materialista y de doctrina del
determinismo histórico. Él condujo a una situación en que, estando los
gobernantes de esos Estados convencidos - o afirmando estarlo - de que se
encontraban en posesión de una verdad absoluta resultante de ese imperativo
determinista, era lógico suprimir toda discrepancia, y no solamente en el plano
de lo político o lo económico, sino incluso en el ámbito de la filosofía, la
literatura, el arte, e incluso la ciencia.
El trasplante de la concepción determinista
del universo físico al mundo de lo social, no podría haber sido en la práctica
sino consecuente con su concepto de la inexistencia de toda libertad.
No
es de sorprender, entonces, que puesto en evidencia lo trascendente de los
conceptos filosóficos acerca de cuestiones aparentemente reservadas al campo de
mero análisis intelectual, en su relación con la vida real de las sociedades
humanas, esa concepción haya sido sustento de los totalitarismos políticos, que
suprimieron hasta los últimos vestigios de libertad.
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